Lo único divertido de ir o cuando pienso en mi funeral es
que imagino a un montón de entrometidos, los supuestos amigos de mi madre y de
mi padre, los vecinos comunes y corrientes asistiendo al entierro tanto por
curiosidad y morbo como por dar la falsa apariencia de que les duele o importa
mi muerte o para fingir demostraciones de amistad frente a mis padres o mi
putrefacto cuerpo. En fin, la cuestión es que, si es mi funeral me gustaría que
durante el proceso de velación, el viaje a enterrarme, y demás, se escuchase la
música que siempre me agradó, el Metal. E imagino la incomodidad y el desagrado
de esas personas al tener que soportar a mis amigos de pelo largo, con rostros
pálidos, vestidos de negro, fumando, bebiendo, y Rock & Roll mientras me
meten a un hueco y luego lo cubren con tierra.
Qué bien suena esa idea de verlos a todos fastidiados y
hartos de esa situación, pero permaneciendo ahí por voyerismo, por las
apariencias. Preguntándose— ¿Qué clase de entierro es este?... ni siquiera hubo
misa, dónde están las flores, en vez de tinto hay licor, me dijeron que después
del entierro no iban a rezar la novena porque el Germán no creía en esas cosas.
Tengo ganas de irme, ¿Nos vamos?, -No podemos, qué va pensar doña Martha y don
Oscar… esa música no me la soporto más. Un entierro debe ser con música de
Vicente Fernández o algo así… aquí no van a poner “Nadie es eterno en el mundo”
de Darío Gómez, qué horror.
Pero lo más seguro es que muy pocas personas
vayan a esa cosa llamada mi entierro, lastimosamente no sucederá.
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