(Fragmento de novela, el hombre coherente)
Delito de ambos.
Me dedico a guiar, a aconsejar a las mujeres e incluso a las parejas que hijos no desean a este mundo traer, pero
también me hastié de las personas descuidadas y me uní a un grupo de gente que realizaba
la esterilización eugenésica, no simplemente en mujeres de bajo coeficiente
intelectual, no, ellos al igual que yo trataban a la mujer dispuesta a
embarazarse, como a una insana, como a una retrasada mental. Incluso abusamos
del poder y destruimos los óvulos de muchas niñas; sin su consentimiento
aprovechamos para intervenirlas. Con cualesquier excusa las sanamos, cortamos
de raíz la posibilidad de enfermarse, sin sus preciados óvulos la enfermedad
embarazo no aparecería, pero para suministrar una dosis de coherencia hay
aparatos que succionan, que destrozan aquellos indicios de vida en gestación.
En
perspectiva, objetivamente y con orgullo descubro que en el Mundo hubo menos
vidas pútridas gracias a mí.
¿Hay
espacio en el horno crematorio? ¿Te quedan más pastillas para vomitar una vida
por la vagina?
El
matrimonio y la unión libre son las disculpas para el descuido. Se toman
confianza y ya no usan el condón o los otros métodos de salvación.
Y
a cambio de una monotonía, de un amorío en decadencia los imbéciles ansiosos de
una restauración del amor concentran sus esfuerzos en adquirir el título de
paternidad.
A
mi parecer, si el amor de pareja no es suficiente, sepárense, busquen una
amante, pero no salvaguarden con hijos una relación en decadencia o muerta.
La Mujer terminará callando y aguantando las opresiones de un
machista. Uno de esos hombres que no plancha una camisa, que no prepara un
arroz, de esos que se bañan y siempre olvidan, a propósito, la toalla, para
darse el lujo de gritarle a la mujer sumisa: ¡La toalla, tráela!
Y
ella se la entrega, no sin antes sugerirle que la próxima vez no olvide la
toalla a la hora de bañarse, pero al día siguiente es la misma rutina
machista—inútil.
Las
mujeres van a acabar encerradas, esclavas del papel de ama de casa, criando un
centenar de niños, oprimidas, abnegadas, desechas, sin residuos de dignidad,
atada al amor por los hijos.
El
matrimonio y los hijos son considerados erróneamente como signos de triunfo, de
realización personal, de actos indispensables, de actos de madurez. Pero si por
inmadurez y cotidianidad es que las parejas se enrolan en esos desequilibrios
amorosos, que en realidad son un suicidio.
Y
las parejas ven como una gran hazaña preñar a la mujer… ¡Uy, no, pues, qué
dificultad, qué Heroísmo, qué uso tan bueno de la cabeza; embarazarla debió
requerir un esfuerzo mental inimaginable! ¡Démosle una Medalla de oro por su
esfuerzo, Uy, mejor deportista que un ganador del Tour de Francia, Uy, es más
fácil darle la vuelta a Colombia en bicicleta, que desgraciar una mujer con un
escupitajo de esperma!
Y
hablando de emocionarse por simplezas, qué tal las nimiedades por las que los
padres se alegran. A excepción de los discapacitados los eventos por los que un
padre se reconforta no son maravillas.
¡Oh,
el grato recuerdo de sus primeros pasos! Ya camina, muy normal, al contrario,
se demoró mucho en caminar sin apoyo. Un animal lo aprende el mismo día que
nace, su hijo se tardó nueve meses. Y además, caminar no es la gran cosa para
alguien sin problemas motrices.
Ahora,
el alboroto más burdo por el primer diente, de leche, ni siquiera es de los
duraderos. Y peor, se le cae un diente y empieza la fábula, que ponga el diente
debajo de la cama y un ratón mágico le da un obsequio a cambio. Así es que
empiezan los mitos urbanos, las estupideces. Tan típico como la madre que
asusta al hijo con “El Coco”, con que se esa señora es una bruja y si se porta
mal se la va a robar.
Un
infante realiza lo más insignificante, pero los padres lo divulgan como si se
tratase de la noticia más singular: ya mi hijo habla, ya dice papá y mamá.
Con
cualesquier balbuceo, tartamudeo o palabra mal pronunciada se les inundan los
ojos, aplauden, lo felicitan. Hasta los premian con un dulce, tal cual si fuese
un Simio, un chimpancé amaestrado.
Los
actos de hablar, caminar, etc. Carecen de carácter extraordinario si el niño es
lo que se llama “Normal”, sino es retrasado, sino sufre de dislexia, entre
otras enfermedades, ¿cuál es el alboroto, a razón de cuál acción especial?
Pero
es que un padre, una madre, llenos de vulnerabilidad, de demasiada capacidad de
asombro encumbran hasta nuestra primera defecada. Guardan el primer par de
zapatos y a los veinte años todavía lo enseñan a las visitas. Ni que uno fuera
una celebridad para guardar basura como si de un Museo se tratase.
Los
padres, orgullosos y satisfechos porque ya se viste solo, ya se pone él mismo
los zapatos, ya se amarra los cordones, ya dejó el miedo al inodoro, ya no usa
pañal, ya dejó de chupar teta, ni se chupa el dedo, ya no hay que darle la
comida, ya se limpia solo el trasero, ya no se orina en la cama, etc.
Oh,
náuseas producen en mí los paternos tan manipulables.
En
el transcurso de los días, se esconderá para fumar un cigarrillo, ¿Por qué por
ese nuevo aprendizaje no lo felicitas también?
A
quienes les interesa sacrificarse por los demás, en el papel de padres se
glorifican, a razón de que detesto actuar por presiones externas, los hijos me
estorbarían.
¿Por
qué descalifican al hombre sin hijos, a la mujer sin hijos? ¿Acaso somos
únicamente una máquina con esa función obligada?
Si
el agua no quita la sed ni lava, su existir carece de lógica, pero para una
persona no es requisito indisponerse con niños. Dizque la gente huye de los
problemas, de las deudas, la gran mentira, si un hijo se concibe. La peor de
las deudas es un hijo.
Si
de la vida visible y aprehensible me encargara de eliminar, entonces lanzaría
bebés desde las azoteas de los edificios, ahogaría niños en la piscina,
soltaría los perros violentos frente a los niños, y el animal el rostro les
comería, la yugular os mordería… pero como únicamente soy el abortista, si
nacen sanos no me inmiscuiré en su incierto destino.
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