La ética, ¿es infranqueable?

 

 

La ética

 

La ética en el hombre es imprescindible, se manifiesta en el diario quehacer, en cada elección; es parte elemental de nuestro proceder.

 Sin importar quién eres o qué crees, la ética siempre juega un papel crucial en tu vida. Se piensa que el bien y el mal no son absolutos, que todo depende de la situación, del momento y de la finalidad de nuestras acciones, pero al referirnos a la ética, ésta no se puede simple y llanamente tergiversar, intentar acomodar a nuestros gustos y excusas.

No, la ética es esa capacidad de distinguir lo correcto de lo incorrecto en cualesquier circunstancia de la vida.  El hecho de que no sigamos u obedezcamos a la ética no significa que esté ausente de nuestro ser, la omisión del juicio ético no niega su existencia. La consciencia humana sabe cómo se debe de actuar, la ética no se ausenta en ninguna de las elecciones que tomamos. El autoengaño y la mentira no afectan los valores éticos implícitos, sólo se los aísla temporalmente cuando el comportamiento es impropio, indebido, pero sin embargo, uno reconoce de inmediato si sus acciones corresponden al lado adecuado o inadecuado.

En la vida esperamos que las personas que conocemos o interactúan con nosotros se rijan bajo normas básicas, que no nos agredan ni irrespeten sin motivo. Es lo mínimo que uno desea; que lo habitual en las relaciones con los demás sea la integridad; como si se tratase de una costumbre de la que no se huye sino que se vivencia y se evidencia en todo momento y lugar.

Si la ética es un bien universal, algo inherente a cada persona, extraño y contradictorio es que las conductas no se obedezcan  a los designios éticos.

Idealmente hablando, es absurdo que actuemos por encima de  la ética, que la obviemos; no es un simple símbolo, no es una consigna vacía, no es un objeto, uno es ético por naturaleza, no es un esfuerzo, no es una obligación, es algo que nos envuelve, que nos pertenece. Como personas, como humanos, seres racionales tenemos la tendencia hacia lo agradable, la búsqueda de lo bueno, el anhelo de alcanzar un bienestar, el hombre se inclina más por  ayudar que por lastimar.

Si se supone que todos somos éticos,  ¿por qué no se enseña con más ahínco y profundidad en las escuelas, colegios, universidades, lugares de trabajo, en el deporte, en la política, en el amor, en la relación con el otro? 

Tal vez suceda esto porque el hombre es libre, y en su libertad también es rebelde y reniega de sí, omite con facilidad lo que ha aprendido, es desobediente con lo que se le enseñó, con lo que sabe es un deber. Y en muchas ocasiones el hombre gusta de tomar atajos, se deja llevar por el facilismo, por la mediocridad y acaba inventando excusas para no convivir dentro de la ley, para cometer las faltas y no importarle las consecuencias de sus actos. Enseñar ética es más bien como recordarle a la gente lo que de antemano ya sabe o debería saber.  Es una especie de recordatorio, es enfatizar acerca de la labor, de la misión, por decirlo así, que tenemos como seres racionales de actuar decentemente.

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